Hermanos y Hermanas en Cristo,
Durante décadas, el Congreso no ha logrado reparar el deficiente sistema migratorio de Estados Unidos. Parece que el único acuerdo bipartidista en materia de inmigración es que el sistema no funciona. Incluso la propuesta legislativa más reciente —un proyecto de ley bipartidista bastante restrictivo, de amplio alcance y prometedor— fracasó por razones políticas partidistas.
Los obispos católicos de Estados Unidos han abogado durante décadas por una reforma migratoria integral. Los valores morales fundamentales de esta reforma son: 1) el respeto a la unidad familiar, célula fundamental de la sociedad que contribuye a la formación de comunidades saludables; y 2) la dignidad humana (un proceso que respeta la dignidad fundamental de cada persona, independientemente de su raza, idioma o procedencia). De estos valores morales fundamentales se derivan otras medidas políticas, como la reducción de los plazos de espera para la reunificación familiar; el restablecimiento del derecho al debido proceso; Abordar las causas fundamentales de la migración (como los disturbios civiles, el cambio climático, la violencia y la persecución política, la falta de oportunidades económicas, etc., en los países de origen); recalibrar adecuadamente la aplicación de medidas de control fronterizo; y obtener la legalización de los extranjeros de buena conducta que ya contribuyen a la sociedad y la economía.
Las respuestas a las necesidades del deficiente sistema migratorio se han centrado en un modelo de “solo control”, que no aborda las necesidades de la economía estadounidense en sectores como la tecnología, la agricultura, la construcción, el hotelería y el procesamiento de alimentos, entre otros, ni los factores de expulsión en los países de origen, y mucho menos la unidad familiar y la dignidad humana.
Lo que hemos presenciado recientemente en Los Ángeles, y ahora en todo Estados Unidos, es el resultado de la incapacidad del Congreso para arreglar un sistema migratorio deficiente.
Mi corazón está con las muchas familias de nuestras comunidades que viven con un nuevo tipo de miedo y ansiedad a medida que se desarrollan las medidas de control migratorio aquí en California y en todo el país.
Cada inmigrante, cada familia, cada niño es un hijo amado de Dios, creado a su imagen y digno de dignidad y protección. La familia es el fundamento de la sociedad y de la Iglesia doméstica; no debe ser desmembrada.
Si bien las naciones tienen derecho a asegurar sus fronteras y hacer cumplir las leyes, estas deben respetar siempre la dignidad humana y proteger la unidad familiar. Los extranjeros que hayan cometido delitos violentos deben ser procesados conforme a la ley para mantener la seguridad en nuestras comunidades. Sin embargo, las redadas realizadas por agentes federales enmascarados, a veces sin el debido proceso, separan a padres e hijos, siembran miedo y dejan a familias en crisis y a industrias sin los trabajadores necesarios. Estas acciones no hacen que nuestras comunidades sean más seguras; al contrario, violan tanto la justicia como la misericordia. Como nos recuerda el Papa Francisco: «Los migrantes no son un peligro, están en peligro».
Durante demasiado tiempo, nuestro país ha retrasado una reforma migratoria integral. Este fracaso ha dejado a millones de familias vulnerables y viviendo con miedo. Seguimos instando a nuestros líderes a promulgar políticas que salvaguarden tanto el estado de derecho como la dignidad divina de quienes buscan una vida mejor.
A nuestros hermanos y hermanas inmigrantes: la Iglesia camina con ustedes. Oramos por ustedes, abogamos por ustedes y los encomendamos al cuidado de la Sagrada Familia, quienes buscaron refugio en tierra extranjera para proteger al Niño Jesús.
Que nuestra nación encuentre un camino hacia adelante que defienda la seguridad y la misericordia, la ley y la dignidad humana. Que la paz de Dios reine en nuestros corazones y nuestras comunidades.
Unidos con Jesús, María y José,
+Oscar Cantú
Obispo de San José