June 12, 2004

Estimados Amigos,

Al comenzar este nuevo año del Señor, 2004, me gustaría compartir con ustedes algunos asuntos acerca de nuestra liturgia y algunos cambios en la práctica de la liturgia que estamos emprendiendo en nuestra Diócesis en estos momentos.

La Eucaristía que celebramos cada domingo y en cada liturgia se compone de símbolos y actos simbólicos. Los símbolos son el lenguaje del ritual. Durante algún tiempo en la historia de la Iglesia, el “símbolo” era interpretado por muchas personas como algo que “no era real,” sino solamente un símbolo. Mediante el trabajo de numerosos teólogos, académicos, papas, y liturgistas, la Iglesia ha recuperado una definición más completa del “símbolo” como algo que une dos diferentes realidades para revelar el verdadero significado de las mismas. Por ejemplo, un anillo es una joya. Pero cuando se le obsequia a la persona amada, el anillo se convierte en el símbolo de ese amor y en todas aquellas cosas que la pareja comparte. A través del “símbolo,” el anillo es mucho más real que una simple joya. Si se perdiera el anillo, ningún otro podría reemplazarlo. Este símbolo, y lo que se hace con él, ahora posee un profundo significado para el hombre, su esposa, y todas las personas que pueden ver ese anillo en el dedo del esposo/la esposa.

De la misma manera, los símbolos y los actos simbólicos en nuestra Misa tienen un profundo significado para nosotros y todas las personas que nos ven. De una manera muy real, nuestros actos hablan más fuerte que las palabras. ¿Que nos dicen nuestros símbolos y rituales? Yo creo que el lenguaje simbólico de nuestra celebración Eucarística en esta Diócesis tiene la posibilidad de comunicar un mensaje muy fuerte. Cada vez que nos reunimos los domingos, nuestra Iglesia nos comunica fuerte y claramente: “¡Cristo esta vivo! ¡Aleluya!”

A la gente del condado de Santa Clara, con su gran variedad de culturas, lenguajes, y experiencias, nosotros podemos enseñarles sobre el amor de Dios mediante el modo que hacemos oración: todos nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo; nosotros que hablamos diferentes lenguajes, entendemos el lenguaje compartido del amor de Dios; nosotros que somos jóvenes y viejos, sanos y frágiles, reconocemos la dignidad de la persona humana.

A las ciudades del Area de la Bahía, tan ricas en bienes y recursos y sin embargo viviendo en la pobreza, la falta de vivienda, y el desempleo, nosotros podemos enseñarles sobre el amor de Dios mediante el modo que hacemos oración: Cristo vive y todas aquellas personas que llaman a su puerta son saciadas; todas aquellas personas que necesitan abrigo son bienvenidas; todas las personas están invitadas a compartir generosamente sus talentos con los demás.

A los Católicos que han abandonado la Iglesia debido al sufrimiento, el enojo, la negligencia, o la apatía, nosotros podemos enseñarles sobre el amor de Dios mediante el modo que hacemos oración: Cristo vive, pero sin embargo estamos incompletos sin ustedes; añoramos el reconciliarnos con ustedes y los necesitamos.

Aún más importante, a nuestros niños que aprenden de nuestros actos y palabras, nosotros podemos enseñarles por medio de la oración que Cristo vive, nuestra fe es importante, y nuestra oración puede cambiar el mundo que habitamos.

Al comenzar un nuevo año con nuestro país en guerra, una pobreza creciente, y familias que desean vivir en armonía, la Iglesia de San José debe de proclamar un mensaje de unidad con todas las personas de buena voluntad, pues solamente juntos podremos lograr la paz. Debemos de declarar nuestra solidaridad con los oprimidos, los quebrantados, y aquellos seres humanos a quienes nos cuesta trabajo amar, pues todas las personas somos parte de la creación de Dios.

Por este motivo, les he pedido a nuestros sacerdotes y liturgistas que se esfuercen por hacer de nuestras oraciones un símbolo más claro del mensaje de la Eucaristía. Desde el año pasado, sus párrocos, liturgistas, y yo hemos estado renovando nuestros esfuerzos para implementar muchas de las enseñanzas de la Iglesia que se nos encomendaron desde el Concilio Vaticano II. Dos de las áreas en las cuales nos hemos enfocado son el incrementar la disponibilidad de la Santa Comunión mediante la Sangre de Cristo y limitar el uso de las hostias ya previamente consagradas y reservadas en el tabernáculo. Estas hostias se usarán para llevar la Comunión a los enfermos y en aquellos casos cuando se necesiten hostias adicionales durante la Misa.

La siguiente área de nuestro enfoque es la postura de la asamblea durante la Misa. En diciembre, sus sacerdotes, liturgistas, y yo nos reunimos para estudiar este tema, así como sus necesidades y preocupaciones. Después de haber escuchado las mismas durante la reunión y leer muchas más desde entonces, yo creo que nuestra Diócesis debe de seguir la dirección siguiente para comunicar efectivamente un mensaje de unidad y solidaridad a nuestro mundo:

El corazón de la Misa es la Oración Eucarística. Juntos en esta oración, damos gracias a Dios. Juntamos nuestras voces con los coros de los ángeles en alabanza. Oramos en unidad con toda la Iglesia y todos los santos. La Oración Eucarística es la parte cuando se proclama que la Iglesia, en el cielo y en la tierra, ahora y desde todos los tiempos, esta unida a Cristo en alabanza a Dios. De tal manera, nuestros actos simbólicos deben de estar en acorde con nuestras palabras.

Le pido a todas las asambleas que adopten una postura unificada durante la Oración Eucarística, ya sea el ponerse de rodillas o permanecer de pie. La postura debe de ser determinada por cada parroquia y debe de convertirse en la norma a seguir en esa parroquia. Pero esta postura no es obligatoria para aquellas personas que sufran de alguna incapacidad debido a la edad, la salud, o la debilidad física.

En nuestra Diócesis, tenemos la costumbre de ponernos de pie después del Agnus Dei (“Cordero de Dios”).

Para que nuestra Diócesis continúe unida en esta postura, permaneceremos de pie en el Agnus Dei.

La culminación de la Eucaristía ocurre cuando se da la Comunión. Este acto simbólico tiene muchos significados. Por su propio nombre, “comunión,” debemos de entender que el mensaje central de este acto es el proclamar nuestra unión íntima con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Al proclamar la Oración Eucarística en una misma voz, y al haber profesado nuestro amor con nuestros hermanos y hermanas, logramos convertirnos en lo que nuestras palabras han tratado de comunicar – que todos somos parte del Cuerpo de Cristo, presente en la Eucaristía bajo las dos especies en el pan y el vino, proclamado en la Escritura, representado por el ministro de la Iglesia, y encarnado en los creyentes que se reúnen en oración. La Santa Comunión es nuestro más grande acto de unión con Cristo.

Para mostrar claramente nuestra unión con Cristo, pido que cada asamblea se ponga de pie y alabe con su canto desde el principio hasta el final de la distribución de la Comunión. Una vez que todos hayan recibido la Comunión, la asamblea puede permanecer de pie durante el momento de silencio después de la Comunión o durante el canto de alabanza. O también, la asamblea puede sentarse o arrodillarse durante el periodo de silencio después de la Comunión. Este momento de silencio es esencial si no hay un canto de alabanza. Después del silencio o del canto de alabanza, la asamblea se pone de pie (o permanece de pie) para recitar la Oración después de la Comunión. El estar de pie es la norma a seguir durante la distribución de la Comunión, pero no es obligatoria para aquellas personas que sufran de alguna incapacidad debido a la edad, la salud, o la debilidad física.

Aquellas personas que participamos en la Comunión no dudamos de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Pero para muchos de nosotros, todavía estamos aprendiendo a reconocer la Presencia Real de Cristo en aquellas personas con quienes compartimos la Eucaristía. Yo creo firmemente que estas normas sobre las posturas nos ayudarán a todos, especialmente a nuestros niños, a comprender el verdadero y completo significado de la Eucaristía.

De ninguna manera deseo que estas posturas sean implementadas sin tomar en cuenta a las personas mayores, los enfermos, padres de familia con niños pequeños, o cualquier otra persona que por alguna incapacidad física le sea imposible participar de esta forma. Tampoco quiero que las parroquias hagan cambios apresurados sin una catequesis, reflexión, y preparación adecuadas.

Por este motivo, le he pedido a Diana Macalintal, nuestra Asociada Diocesana para la Liturgia, y a la Comisión de Liturgia, que preparen recursos y talleres para sus líderes parroquiales y ministros de la liturgia. Estas personas también estarán disponibles para ayudar a su parroquia durante la implementación de estas posturas y normas de la Comunión.

Durante la Vigilia Pascual el próximo 10 de abril y hasta la mañana siguiente el Domingo de Pascua, nuestra Iglesia celebrará su Eucaristía preeminente al conmemorar la resurrección del Señor. Esa noche, bautizaremos a los nuevos miembros del Cuerpo de Cristo. Ellos y ellas serán señales vivientes de la transformación del poder de Dios. Por lo tanto, les ruego a sus líderes parroquiales que implementen estas normas sobre la postura para el Domingo de Pascua del 2004. Mi esperanza es que a través de este proceso toda la Iglesia de San José renueve su sentido de unidad y solidaridad para esta temporada de Pascua y llegue a ser un símbolo fuerte del Cristo Resucitado que vive entre nosotros.

Con mis mejores deseos y bendiciones,
Sinceramente de ustedes,
Patrick J. McGrath
Obispo de San José