
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,
Debo admitir que, al sentarme a escribir este saludo Navideño, me siento bastante inquieto. Me inquieta reflexionar sobre el profundo significado de la Navidad: que Dios, al entrar en la creación y asumir la condición humana, entró en un mundo fracturado. Lo que me causa esta inquietud es el miedo y la ansiedad que hoy en día experimentan tantos de nuestros hermanos y hermanas, especialmente los inmigrantes en este gran país, los refugiados y quienes buscan asilo.
Jesús entró en un mundo quebrantado. Nació en una familia pobre. En la presentación de Jesús en el Templo, lo único que José y María pudieron ofrecer como sacrificio fue un par de tórtolas, como permitía la ley Mosaica para quienes no podían permitirse un cordero (cf. Lev 12:8). Los Evangelios nos cuentan que José y María no encontraron alojamiento en la posada cuando viajaron a Belén, donde nacería Jesús. Así, Jesús nació con humildad, entre los animales del establo (Lc 2:7). Aunque probablemente no fue intencional, el nacimiento de Jesús estuvo marcado por el rechazo desde el principio.
Conocemos bien la historia del Rey Herodes, quien, al enterarse del nacimiento de Jesús, intentó matarlo. Por ello, José recibió un mensaje de un ángel para que huyera a una tierra extranjera, a Egipto, para proteger al niño (Mateo 2:13-23). De hecho, una parroquia que he visitado varias veces en la ciudad de Gaza, en Tierra Santa, se llama Parroquia de la Sagrada Familia precisamente porque la tradición cuenta que Jesús, María y José pasaron la noche en Gaza de camino a Egipto. Hago una pausa para orar por todos los niños que crecen, especialmente en Tierra Santa, en medio de la violencia y la guerra. ¡Qué pesada debe ser esa carga! El ambiente del nacimiento e infancia de Jesús, tal como se narra en los Evangelios, estaba marcado por el miedo y la incertidumbre.
Y también pienso en los Reyes Magos que vinieron de Oriente para adorar al Niño Jesús recién nacido. Eran extranjeros que trajeron regalos. Como pastor durante unos 31 años, esto resuena profundamente con mi experiencia en la Iglesia: las personas que vienen de otras tierras a menudo fortalecen no solo nuestras parroquias, sino también nuestra comunidad en general.
Aquí en el Condado de Santa Clara, pienso en las comunidades Coreana y China, cuya profunda fe, compromiso e ingenio enriquecen nuestra vida comunitaria. Pienso en nuestras comunidades vietnamita y filipina: los vietnamitas que llegaron originalmente como refugiados de un país devastado por la guerra, y los filipinos que han contribuido enormemente a la fuerza laboral local en muchos de nuestros sectores económicos. Ambos grupos han aportado una alegría y una devoción muy apreciadas a nuestra iglesia local. Pienso en las comunidades hispanas/latinas, algunas de cuyas familias han vivido en estas tierras desde que formaban parte de México, y otras que han inmigrado en busca de oportunidades económicas (como mis propios padres) o por razones de seguridad (como muchos de los que he conocido en mi labor pastoral). Trabajan arduamente en los sectores de servicios de la sociedad para brindar paz y estabilidad a sus familias. Jesús mismo trabajó con José como artesano hasta aproximadamente los treinta años antes de comenzar su ministerio público.
Jesús se identificaría más tarde con aquellos que se encuentran en los márgenes de la sociedad: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí” (Mateo 25:35-36).
Si bien no esperamos que las leyes de nuestro país se basen principal o exclusivamente en las enseñanzas de la Biblia, sí esperamos que estén conformadas por la razón, por la experiencia vivida y por la preocupación por el bien común y por la dignidad de cada persona humana.
Esta Navidad, al dar la bienvenida al Niño Jesús en nuestros hogares, corazones y vidas, abramos también nuestros corazones al forastero con quien Jesús se identifica.
¡Feliz Navidad!
Reverendísimo Oscar Cantú
Obispo de San José